
No conocía el mar hasta que, hace mas de año y medio, Juan Carlos Santacruz decidío que yo podía hacer el trabajo de sistematización - exagero - de una experiencia del programa Batuta. Recuerdo bien que llegada la segunda noche escribí un poema para Marcela - que me acostumbró a tener siempre un regalo para ella a mi regreso de cualquier viaje - donde no pude mas que describir un mar ausente, sin belleza, tendido sin gracia, cuyas olas apenas se acercaban a la arena y decían "soy el mar".
Está claro que no volví a verlo hasta hace un mes, cuando regresamos con Gustavo para encontrarnos con el colectivo de Radios Ciudadanas: espacios para la democracia de Tumaco.
La historia realmente inicia con un silencio ya familiar que me acompaña en la carretera, síndrome que al parecer también afecta a mi querido hermano (Gustavo); cansado de tener en los oídos mi permanente ruido que "te va a volver sordo" salí del autismo ceratiano y me lancé a una conversación con Gustavo sobre la medicina, el arte, la psicología y otras ramas. En el rizo mas espectacular de la conversación, punto en el cual uno ha cambiado el mundo por tres palabras del interlocutor, nos invitaron a tomar algo en un restaurante. Llamé a Marcela que endulzó como siempre mi viaje, y luego a retomar la vía, la conversación y seguro a Cerati.
No.
Un kilometro después de que el presagio que nuestra conversación se alargara - por primera vez en un bus - la montaña se había cerrado en nuestra contra y se tendió sobre la carretera. Las cosas empezaron una carrera contra el tiempo; recuerdo a Gustavo mirarme angustiado, recuerdo al conductor decir que nos podíamos regresar a Pasto en el mismo bus o pasar el derrumbe a pié para hacer trasbordo, recuerdo una fila de carros de todo tipo, como en feria - ahí este recuerdo de vos, abuela - recuerdo a personas con maletas, recuerdo a Gustavo llamando al doc que no recuerdo decir que hagamos trasbordo, recuerdo haberme lamentado por no tener las botas, recuerdo haber pasado el derrumbe a píe confirmando que la exageración es una de mis mas queridas costumbres, para terminar recuerdo que retomamos el silencio en un nuevo bus lleno de transbordantes (¿acabo de inventar una nueva palabra?).
Está claro que no volví a verlo hasta hace un mes, cuando regresamos con Gustavo para encontrarnos con el colectivo de Radios Ciudadanas: espacios para la democracia de Tumaco.
La historia realmente inicia con un silencio ya familiar que me acompaña en la carretera, síndrome que al parecer también afecta a mi querido hermano (Gustavo); cansado de tener en los oídos mi permanente ruido que "te va a volver sordo" salí del autismo ceratiano y me lancé a una conversación con Gustavo sobre la medicina, el arte, la psicología y otras ramas. En el rizo mas espectacular de la conversación, punto en el cual uno ha cambiado el mundo por tres palabras del interlocutor, nos invitaron a tomar algo en un restaurante. Llamé a Marcela que endulzó como siempre mi viaje, y luego a retomar la vía, la conversación y seguro a Cerati.
No.
Un kilometro después de que el presagio que nuestra conversación se alargara - por primera vez en un bus - la montaña se había cerrado en nuestra contra y se tendió sobre la carretera. Las cosas empezaron una carrera contra el tiempo; recuerdo a Gustavo mirarme angustiado, recuerdo al conductor decir que nos podíamos regresar a Pasto en el mismo bus o pasar el derrumbe a pié para hacer trasbordo, recuerdo una fila de carros de todo tipo, como en feria - ahí este recuerdo de vos, abuela - recuerdo a personas con maletas, recuerdo a Gustavo llamando al doc que no recuerdo decir que hagamos trasbordo, recuerdo haberme lamentado por no tener las botas, recuerdo haber pasado el derrumbe a píe confirmando que la exageración es una de mis mas queridas costumbres, para terminar recuerdo que retomamos el silencio en un nuevo bus lleno de transbordantes (¿acabo de inventar una nueva palabra?).
Lo mas curioso de viajar a Tumaco es sin duda, la repetición de paisajes y la sensación de que el bus entró en una circunferencia infinita cuyo inicio y fin es el mismo pueblo: Llorente. Entonces, luego de 10 Llorentes llegamos a una lluvia delicada, interminable que paradójicamente contradecía a un calor que ascendía decidido a ganar una batalla que duró hasta la mañana.

Debido a mi insomnio decir que desperté es redundar en varios episodios de la noche calurosa, pero es seguro que Gustavo lo hizo y al levantarse alcanzó las últimas gotas de agua de la ducha. Yo, que hace mucho había olvidado mis alas, me bañé con la cadencia de un pájaro en una fuente, donde la fuente es un lavamanos. Creo que luego todo vuelve a repetirse y ser fotografías: el centro de tumaco, el restaurante de los desayunos, Cerati de nuevo, Beethoven, rostros cortados por el sol filtrado en la lluvia, un taxi y, depronto, todo cobró cierto vaivén y llegaba a mi en breves golpes y luego se retraía hasta el horizonte: era sin duda mi reencuentro con el mar.
No vale la pena decir que lo extraño, no vale la pena decir que no tuve mas que un descanzo para contemplarlo; ahora pienso que Gsutavo y yo eramos, de nuevo, dos viajeros en silencio, como estando en carretera. El mar como no lo hizo en nuestra primera vez, aceptó su papel de espejo y reprodujo perfectamente un violeta que a veces le sugiero al cielo, sin respuesta. Los dos nos miramos abiertamente sin decir demasiadas palabras, recordé a Rimbaud:
La encontraron
que?
la eternidad,
es la mar enlazada al sol
Sin embargo un niño alcanzó un pez y lo mató a golpes para dejarlo irse flotando hasta otra orilla, y el espectaculo de reconciliación se terminó.
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